sábado, 21 de septiembre de 2013

A LOS GOLPES

Hacia rato que estaba escondida bajo el agua, casi sumergida entre el barro y las malezas. Camuflada entre muchas otras, todas de su misma especie. Guarecida, fugitiva, rebelde ante el mal trato, siempre reacia a la prepotencia y la violencia. Aún así, cándidamente ilusionada con un futuro mejor, con un toque de fortuna, aún sabiendo que su destino ineludible y necesario siempre sería otro.

En su apacible y acuático lugar de reposo empezaba a sentirse cómoda, segura, hasta que un desconocido entre tanta búsqueda la arrancó del fondo del agua. Casi por casualidad, como por un capricho del azar, entre tantos de los que suceden, inesperadamente se vio expuesta, como desnuda ante su desventura, solamente vestida de barro frente a las últimas luces de aquel atardecer caluroso. Atrapada contra su voluntad y expuesta en una red, capturada como un inofensivo e indefenso ser.

Para su total sorpresa, en un primer momento su ocasional cazador le lavó las heridas con mucho cuidado, frotándola suavemente con una toalla seca a modo de caricia, como si fuera una joya de gran valor. Se sintió desconcertada, y con mucha desconfianza imaginó que su suerte podría haber cambiado. Pero su destino fatal estaba escrito como algo ineludible, como si su camino fuera de un solo carril, de una sola vía y sin escape.

Vendida como esclava a buen precio por el noble origen que ostentaba orgullosamente como tatuaje indeleble, pasó a nuevas e impiadosas manos.

Casi inmediatamente que sintió sobre sus redondeadas formas la piel de los rugosos dedos de su nuevo dueño supo que se avecinaba un futuro aún peor que el pasado. Sabía cual sería su destino. Nuevamente obeceder. Hacer al pie de la letra lo ordenado o recibir un castigo aún mayor eran sus únicas opciones. Cada desliz le generaría un nuevo e instantáneo castigo cargado de maldiciones. Ni pensar en intentar modificar su camino o no cumplir su designio. Siempre debía estar dispuesta a cada uno de los caprichos exigidos por su nuevo y desvergonzado dueño.

Sus únicas sonrisas asomaban tímidamente cuando su "propietario" quedaba como una caricatura desarticulada y ridícula frente a los suyos, ante sus propios pares producto de su propia impericia.  Sin embargo, estas alegrías eran efímeras, solo un mínimo y rápido bálsamo, porque cuanto más satírica era la imagen de su amo, más violenta e injuriosa era la reacción. Siempre seguía la catarata de insultos, de gestos, de furia incontrolable. Siempre terminaba escuchando gritos desaforados, mezcla de bronca y terror, que incluso hasta a veces compartian sus ocasionales laderos.

También era muda testigo de conversaciones fuera de tono, confesiones y hasta entredichos. No más que eso, porque siempre después de horas de maltrato, de violencia y malhumor era encerrada, a oscuras, con solo sordos ecos que pudieran hacerla imaginar lo que podía suceder a su alrededor. En una oscuridad absoluta, en el olvido total, para permanecer en completo silencio y calma por días enteros. Interminables horas que terminaban por imaginar que cuando nuevamente pudiera ver el sol, quizás pudiera llegar a tener un mejor trato.

Sabía por comentarios que de tanto en tanto, por intentos de fuga, algunas de sus compañeras habían terminado sus días para siempre después de haber sido pasadas por la guillotina, como rebeldes ajusticiadas. Con heridas mortales, partidas en dos, o simplemente en el eterno olvido de aguas profundas o alta y descuidada vegetación.

También conocía que el tiempo ineludiblemente iba a ir descascarando su cualidades, sus sensuales y redondeadas formas, su cuño de nobleza, para finalmente ser desechada y reemplazada por otra. Después de todo solo y únicamente era una pelota de golf.

pelota de golf



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